El primer finde de septiembre nos deja con una resaca de cinco aros, y aún seguimos dándole a la Botella. Ay, ¡ de toda la vida en la Plaza Mayor bocata de calamares! Visto lo visto, mejor no hablar del café con leche.
A la tercera iba a ser la vencida. Todos los augurios así lo presagiaban y ahora nuestros representantes están despistados. Se empieza a implantar un discurso de «no nos quieren» o «no nos entienden». Porque claro, somos los mejores y somos los que mejor hemos hecho las cosas. Postura que parece encabezar el presidente de la candidatura olímpica, que afirma que «la primera conclusión es que el mejor proyecto ha perdido». Victoria moral, pírrico consuelo por todos los esfuerzos y un titular que es estandarte de lo que para mí es nuestro cáncer institucional más recurrente: la ausencia de autocrítica y la no asunción de responsabilidades. Nosotros somos los mejores porque nosotros lo decimos. Quien afirme lo contrario no tiene ni idea, no hay duda alguna.
Y así nos va. Al situar la causa de lo que ha sucedido en los demás, es imposible que cambiemos aquello que no funciona de nosotros mismos. Algunos, los mismos de casi siempre, parece que viven en una neurosis colectiva. No tendremos Olimpiadas, pero ellos seguirán en su Olimpo.
No hemos leído bien lo que pedían a una candidatura, juegos políticos aparte. Cierto, unas veces se gana, y otras se aprende. Pero si se quiere aprender, no basta con poner paños calientes y volver a presentarse con la misma cantinela, cambiando únicamente el logo y el eslogan. No es de extrañar esta estrategia, habida cuenta que en nuestro devenir político se han constituido Gobiernos más por incomparecencia del rival que por méritos propios. En los últimos tiempos, el inmovilismo tozudo se ha encumbrado en la virtud ganadora. Es difícil que esto funcione en un contexto internacional que nos tiene muy calados.
Vale, un poco de psicología social no hay fracaso, sólo feedback. Y tenemos un feedback estupendo que puede facilitar una auténtica toma de conciencia para cambiar. Para adaptarse más a lo que queremos, y necesitamos, los ciudadanos. En las redes sociales hay multitud de reflexiones al respecto que ponen el foco de atención en nuestras carencias, en el buen sentido. Sólo así seremos creíbles y trabajaremos para mejorar la famosa marca España, pero sin ahondar en nuestros peores y no menos famosos tópicos.
Otra muestra de que las instituciones cada vez están más alejadas de la realidad que vivimos el resto de mortales. Les vendría bien un poco de psicoterapia, trabajar su empatía, aprender a escuchar de verdad.
Me sorprende el slogan de la campaña: unidos por un sueño. Mi sueño olímpico tiene que ver más con apostar por el talento patrio del I+D+I, que la Seguridad Social no acabe en manos privadas, con una buena gestión responsable y transparente de nuestras instituciones, crear las condiciones para un entorno laboral más humano, una educación que posibilite un futuro brillante, ilusionante… decían que este sueño olímpico supondría una ilusión para nosotros y para mí ahí está el problema. Señores políticos y altos cargos, de sueños vamos bien servidos, ustedes concéntrense en trabajar con las realidades.
Tengo la sensación de que nuestra elección hubiera significado vivir una mentira una vez más, sacar pecho y decir que lo estamos haciendo fantásticamente bien, y que la comunidad internacional nos ha dado su apoyo. Deporte politizado, reforzarnos en nuestro error. Lo siento enormemente por nuestros deportistas, los miles que no entran en el escaparate mediático copado por el fútbol.
Me quedo con la conclusión que sacaba ayer Vicente del Bosque, Marqués del Sentido Común, que en su tono habitual quitaba hierro al asunto, viniendo a decir que el espíritu olímpico se manifestaría mejor en las categorías base de todos los deportes, facilitando su práctica día a día. Para eso no necesitamos candidatura alguna.
Por mi parte, espero que no nos presentemos de nuevo a no ser que tengamos algo nuevo que ofrecer. Hasta entonces, en plan Gila: